martes, 23 de julio de 2013

Río da la bienvenida al Papa Francisco 

«No tengo oro ni plata, pero traigo conmigo a Jesús»

En su primer discurso en Río de Janeiro, el Papa Francisco reconoció que «para tener acceso al pueblo brasileño, hay que entrar por la puerta del corazón». Estaba claro que cada gesto se dirigía a ese objetivo. En un tono afectuoso y humilde, el Papa les pidió permiso para «llamar suavemente a esa puerta, y pasar esta semana con ustedes». Hablándoles en el lenguaje que entienden, el de los sentimientos y el de los buenos modales, el Papa se ganó desde el primer momento el corazón de los brasileños.
 
A pie de pista en el aeropuerto internacional de Galeao, le esperaba la presidenta de la República, Dilma Rousseff. También esperaban su llegada el arzobispo de Río de Janeiro, Orani Joao Tempesta, el presidente de la Conferencia Episcopal de Brasil, Raymundo Damasceno Assis y el nuncio apostólico en Brasil, Giovanni Daniello. Mientras, un grupo de niños le recibía con gritos de «¡Esta es la juventud del Papa!» y con el himno de la JMJ de Río, que el Papa ha recibido con un aplauso.
 
Nada más salir del aeropuerto, el Pontífice volvió a sorprender con una nueva muestra de humildad. En lugar de montarse en un rutilante vehículo de jefe de Estado, escogió en un sencillo utilitario de cuatro puertas con el que, acompañado de la presidenta brasileña, Dilma Rousseff, emprendió un recorrido por las calles de Río de Janeiro hacia la catedral.
 
El Papa Francisco dejó claro que su primer objetivo era estar con el pueblo. Y así fue. El vehículo que llevaba al Santo Padre y a Rousseff desde el aeropuerto hasta la ciudad avanzó arropado por una multitud de gente que se acercaba a tratar de ver de cerca al «Papa de los pobres», sin vallas de seguridad que los separase.
 
Decenas de personas aglomeradas a lo largo de la avenida Presidente Vargas se lanzaron contra el auto de Francisco y trataban de tocarlo. Para la desesperación del equipo de seguridad, el Papa mantuvo la ventanilla abierta. Como si se tratase de la subida a un puerto de montaña en el Tour de Francia, el gentío se acercaba hasta el mismo coche, hasta el punto de que en más de un momento de su recorrido se tuvo que detener.
 
En uno de esos parones, una madre aprovechó para acercar a su niño hasta el mismo vehículo para que Francisco lo besase. En lo que parecía un claro fallo en el dispositivo de seguridad, cinco motoristas de la policía tuvieron que pasar a proteger el coche.

 

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